Pregón Exaltación a la Mantilla

Pregonero: D. Diego Ignacio Ramos Villaespesa
Teatro del Carmen
Sábado día 7 de Abril de 2001
a las 8,30 de la noche

VÉLEZ-MÁLAGA

Diego Ignacio Ramos Villaespesa nace el 31 de Julio de 1950 en la calle «Fina» de Vélez- Málaga, populosa y popular calle de nuestro pueblo cuando por aque­llos años era el corazón comercial del mismo.
Aquí transcurre su infancia entre el ir y venir al colegio de «los Frailes» y luego al de D. Manuel Montoro, donde prepara los estudios de Ingreso y Primero de Bachillerato, teniendo que desplazarse a Antequera cuando llegaba el mes de junio para rea­lizar los correspondientes exámenes.
Se incorpora más tarde al recién inaugurado Instituto de Enseñanza Media de Vélez, completando en sus aulas el Bachillerato y el curso Preuniversitario lo que le per­mite trasladarse a Granada en cuya universidad se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras, obteniendo la Licenciatura en la especialidad de Geografía e Historia en el año 1974.
Desde entonces se ha volcado de lleno en lo que es su mayor vocación: la enseñan­za, la cual ha impartido en distintos centros de manera ininterrumpida, ejerciéndola en la actualidad como profesor titular en el I.F.S. Alta Axarquía de Periana.
En 1978 contrae matrimonio con Lola Vergara Chicano, mujer dedicada desde muy joven a su trabajo de administrativa, naciendo como fruto de esta unión en 1981 su hija Patricia.
Nacho, para los amigos, es un profundo amante y defensor de las tradiciones de su pueblo, en especial de la Semana Santa ya que empezó a vivirla desde muy joven pues­to que su padre Gabriel, junto a otros muchos comerciantes vélenos, participó de mane­ra muy directa en la reorganización de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, de la que fue durante muchos años Albacea de Culto, y su madre Mercedes que sigue siendo Camarera de la Virgen.
Ese ambiente familiar le permitió conocer de primera mano lo que era una Cofradía en el Vélez de los años 60 y lo que es más importante, le permitió, como él dice con orgullo, tener muy cerca el precioso rostro de la Virgen de las Angustias y trans­portar en sus brazos a su Hijo, cuando ambas imágenes eran trasladadas a su trono para ser procesionadas la noche del viernes Santo.
En la actualidad es hermano de la Cofradía de Nuestras Señora la Virgen de las Angustias, siguiendo con ello la tradición familiar.
PRESENTACIÓN
El Jueves Santo lleva una mantilla blanca de Amor y Eucaristía. Mantilla que el Viernes de la Cruz, se torna negra de dolor, por un Dios muerto.
Excelentísimas autoridades, distinguidos representantes de nuestras Cofradías, señoras y señores, amigos todos.
Cuando hace unas semanas fui invitada a participar en este hermoso acto que hoy celebramos, junto a la lógica emoción, sentí un inevitable nerviosismo por la respon­sabilidad asumida; y en medio de esa especie de duermevela nocturna, tuve este sueño:
Paseaba por la playa de Torre del Mar, contemplando la sinfonía de luz y colores de un nuevo amanecer. A lo lejos vislumbré la estampa entrañable de Vélez que, envuel­ta en neblina, se perfilaba cual silueta de dos mujeres engalanadas con blancas manti­llas. Con distinguido porte vuelven su rostro hacia los montes de la Axarquía y así muestran todo el esplendor de su atuendo.
Una, La Fortaleza, valiosa herencia de antepasados árabes, luce con orgullo su pei­neta antigua. La otra, más joven, presume de su encanto pues va coronada por la ermi­ta de la Patrona que, desde el Cerro, preside nuestra tierra.
Por sus espaldas descienden, airosamente, encajes bordados con filigranas y guir­naldas de flores. Son las estrechas callejas de la Villa y del Cerro. Cuestas empinadas que desembocan en plazuelas, donde perfumados brotes de azahar rivalizan en blan­cura con encaladas fachadas.
Tanta belleza me conmovió y trajo a mi memoria los versos de Encarnación Perraut, una malagueña que de este modo canta a la mantilla:
Quisiera ser dibujante
para diseñar tu tela;
te haría siempre distinta,
que nunca te repitieras.
Quisiera ser fina aguja
llevada en manos expertas
para tejer arabescos
de los cuales estás hecha.
Yo quisiera ser tortuga
y convertirme en peineta,
y llevarte como en trono
porque tú eres una reina.
Quisiera ser suave viento
que en tu encaje se metiera,
para darle movimiento
a tu cuerpo de hechicera.
Yo quisiera ser la luz,
luz blanca de luna llena,
para alumbrarte en la noche
y que brilles como estrella.
Como no soy nada de eso,
me transformo en pregonera
y lanzo a los cuatro vientos
toda tu magnificencia.
Al despertar, y como si de un augurio se tratara, comprendí que era nuestro queri­do Vélez, genuino, secular, cuna fecunda de artistas inmortales; el que, luciendo galas de fiesta, nos invitaba así a la exaltación de la mantilla.
Por ello, es digno de elogio que la Cofradía del Santo Sepulcro tome esta iniciati­va, y para conmemorar el 50 aniversario de su reorganización, nos haya congregado en este marco incomparable del teatro del Carmen, corazón de la cultura y el espectácu­lo que, afortunadamente después de tantos años, sigue latiendo con fuerza, impulsan­do el ritmo creciente de nuestra ciudad.
Es también el amor y la admiración por la cultura, por las más señeras tradiciones lo que caracteriza al pregonero de este evento: Diego Ignacio Ramos Villaespesa, a quien yo, con profundo cariño vengo a presentar, sólo para cumplir con ese ritual protocola­rio, pues me consta que es ampliamente conocido y apreciado por todos los presentes.
Nacho, así llamado por cuantos le queremos, vio la luz radiante de nuestra tierra a comienzos de los años 50 de ese siglo XX que ya es frontera del pasado. Miembro de una familia que ha sabido aunar profundos valores cristianos con el arraigo a las más popula­res tradiciones. Recuerdo ahora emocionada, a Gabriel y a Mercedes, sus padres, que más tarde yo acogí como míos; presentes siempre en cualquier celebración: acompañando a la Virgen de los Remedios, o en la solemne procesión de las Angustias; pero también, por que no, bailando con ritmo acompasado en las fiestas de la Peña o en la Caseta Oficial.
Su infancia transcurre en una calle bulliciosa y llena de encanto: la Calle Fina; cuya actividad comercial se compaginaba con otra más entrañable, dar cobijo a la numero­sa chiquillería de vecinos, que la transformaba según las fechas, en improvisado poli-deportivo o en itinerario obligado de infantiles procesiones.
Inició su andadura escolar en el Colegio de los Frailes, después vinieron las academias de D. Manuel Montoro y D. Manuel Valle, hasta que por fin Vélez logró inaugurar su ansiado instituto, terminando así aquellos obligados y temidos viajes a Antequera.
Y un buen día, dejando atrás su infancia, con una maleta cargada de ilusiones uni­versitarias llega a Granada, lugar de reencuentro de jóvenes vélenos. Ciudad acogedo­ra, inolvidable para muchos por su historia, sus leyendas, su singular belleza, y sobre todo por ser el escenario de una etapa fundamental en nuestras vidas. Sin duda, en estos años de universidad, Nacho hizo realidad numerosos anhelos. Aquí aprendió que el arte, la historia o la geografía se descubren y se admiran tanto, en las aulas de Calle Puentezuelas, como en los mil rincones de esta tierra; ya sea en una ciudad monu­mental o en un recóndito paraje.
Es todo un licenciado en Geografía e Historia, cuando encuentra el amor de una veleña cuyos ojazos y encantos lo han hechizado; con ella inicia una historia, ésta sí, la más importante de su existencia.
Loli, una mujer alegre, vital y cariñosa; será desde entonces compañera incondicio­nal de sus aficiones y proyectos. Juntos, siempre juntos, ellos y una hija: Patricia, que los ha colmado de felicidad. Ella es exponente de esa juventud dinámica, soñadora, que se esfuerza por prepararse en la universidad para afrontar un futuro lleno de retos y esperanzas.
Este es Nacho, veleño por nacimiento, pero sobre todo por cariño y decisión: «No sabría ni querría vivir en otro sitio que no fuera Vélez». No sólo son palabras, son hechos. Su actividad docente, que desempeña con auténtica vocación, le lleva a traba­jar durante años a Málaga, y actualmente a Periana donde es profesor en el I.E.S. Alta Axarquía. Allí pasa las mañanas entre chavales, no siempre motivados, a los que desea contagiar su entusiasmo por conocer el origen, las luces y las sombras de esta milena­ria humanidad de la que nosotros, ahora, somos el presente. Pero al terminar la jorna­da vuelve a Vélez, donde está su hogar, con su familia y con su gente. Aquí desarrolla otra incansable actividad. Lo podéis encontrar cantando en la Coral, tocando su laúd en un grupo rociero que estremece por la alegría y el sentir de sus canciones, presen­tando el carnaval, metido en las cofradías o colaborando desde el anonimato, allí donde se tercie.
Porque él es así, comprometido, auténtico, culto y jovial. Amigo de reuniones donde nunca falta la charla animada, vino en la copa, humor y cante. Su pregón, hoy pionero en Vélez, será el comienzo de una brillante tradición que tiene como prota­gonista a la mantilla, filigrana de adorno y a la vez, en estas fechas prenda de rendido homenaje.
Sé que nos hablará de ella con singular maestría, con profundo amor a esta tierra y su cultura; con admiración por todo lo que la Semana Santa trasciende, evoca y anun­cia cada año al llegar la tan anhelada primavera.
Querido Nacho, tuya es la palabra.
Dedicado a la memoria de mi
hermano José Manuel que ya está con
«SU» Virgen de las Angustias con las
manos llenas de amor cofrade
SUEÑOS DE SEMANA SANTA
«Pobre de aquél
que aun mirando nada ve,
que aun sintiendo nada siente,
y aun entendiendo nada entiende,
pobre, pobre de aquél»
(Antonio Martínez Ares)
Difícil, muy difícil tarea me has encomendado mi querido amigo Miguel. Lo último que yo podía esperar era que una idea, comentada entre ambos, como otras muchas en distendidas conversaciones sobre nuestra Semana Santa, una idea que tuvimos luego la «osadía», porque aquello fue una auténtica «osadía», de lle­varla a la práctica en mi casa, en un Viernes de Dolores de hace varios años, con un grupo de matrimonios amigos y en una noche inolvida­ble, al cabo del tiempo me vengas a proponer que esa idea, se lleve a cabo públicamente coincidiendo con los actos organizados con moti­vo del 50 aniversario de la reorganización de tu cofradía del Sto. Sepulcro. Y esa idea no era ni más ni menos que realizar «la 1ª exalta­ción de la Mantilla » en Vélez, y que yo la llevara a cabo,
¡Es que este acto supone algo nuevo en nuestro pueblo!, te dije, ¿cómo se organiza?, ¿qué enfoque habría que darle?, ¿es un acto religioso?, ¿es más bien folklórico?, ¡o es ambas cosas a la vez!.
En definitiva, fueron muchas las preguntas y dudas que se me plan­teaban. Después de un largo silencio me contestaste: mira, Nacho, tú tienes capacidad y sobre todo «sentimiento» para hacerlo. Además, añadiste con una sonrisa cómplice, cuentas con una gran ventaja: como es la primera vez que se va a llevar a cabo en Vélez, puedes hacerlo como te parezca ya que no hay comparación posible. Nos sonreímos ahora los dos y ante este «contundente razonamiento» no tuve más remedio que aceptar.
Luego, a ordenar las ideas, que a borbotones se me venían a la mente, de cómo debería ser este acto y lo que sí recuerdo es que desde el principio una de ellas me obsesionaba: quería hacer algo distinto, algo que se saliera del encorsetado y estricto protocolo de pregones y presentaciones de carteles. Y así quiero hacerlo.
Sin embargo, antes de comenzar lo que yo entiendo que puede ser una «exaltación de la Mantilla», quiero decir unas palabras que pueden parecer protocolarias pero que yo os aseguro que salen desde lo más profundo de mi corazón, y cuando esto ocurre dejan de ser «protoco­larias» para convertirse en palabras «sentidas» por el que las pronuncia:
-En principio agradecer a las autoridades y miembros de las Juntas de Gobierno de las distintas cofradías su gentileza por acudir a este acto.
-Abrazar y agradecer a Maribel esas palabras con las que me ha presentado ante vosotros. Sólo puedo decir que si yo fuese la mitad de la mitad de lo que ella ha dicho de mí me daría por satisfecho, ya que únicamente un corazón tan grande y generoso como el suyo puede escribir algo tan bello.
Me vas a permitir, Maribel, que desvele un pequeño secreto: cuan­do me llamaste por teléfono para confirmarme que ibas a ser mi pre­sentadora en este acto, al terminar la conversación me dijiste: «pero ten en cuenta que cuando acabe me corto «la coleta» y la «peineta».
¡No Maribel, no lo hagas¡. Como tú misma decías cuando iniciabas tu inolvidable pregón de Ntro. Padre Jesús Orando en el Huerto y Ma­ría Santísima de los Desamparados hace ya un año: ¡Vuelve a Vélez, ¡sí vuelve a Vélez cuando quieras ¡ porque éste es y será siempre tu pueblo, y ésta es y será siempre tu Semana Santa de la que ya, quiéraslo o no, formas parte por derecho propio y se te ha clavado, sin tú darte cuenta en el fondo del alma. Por todo ello ¡vuelve a Vélez, vuel­ve siempre a ese Vélez que tú te has encargado de traerlo hoy al tea­tro exquisitamente engalanado de «Mantilla»!. Gracias Maribel.
-Y cómo no, agradecer a Claudio la realización de este hermoso cartel que durante algunas semanas ha anunciado por calles y plazasque iba a tener lugar «la 1ª exaltación de la Mantilla de la ciudad de Vélez-Málaga», coincidiendo con la Semana Santa que nos abre las puertas del nuevo milenio.
-Daros las gracias, igualmente a todos los que estáis sentados en la oscuridad del teatro por vuestra asistencia. Tened la seguridad de que aunque no os vea, os siento muy cerca de mí y sé que me vais a dar la fuerza necesaria para que todo salga bien.
-Y por fin, agradeceros infinitamente a vosotras, Sras, y Srtas. que habéis tenido la deferencia de ataviaros con vuestras preciosas Mantillas, por estar aquí esta noche, dando sentido a lo que ahora hacemos ya que sin vuestra presencia y, sobre todo, sin la belleza que ahora mismo irradiáis, este acto no tendría razón de ser. Por todo ello, muchas gracias a todas.
El momento ha llegado, vamos a comenzar: mi pretensión es con­vertir esta noche en mágica, una noche en la que la belleza, la armo­nía, el sosiego, los silencios y la música nos embriaguen y para con­seguirlo lo primero que necesito es vuestra complicidad, porque todo ésto sólo será posible aquí y ahora, si somos capaces de «Soñar». Sí, amigos y amigas, si somos capaces de cerrar los ojos e imaginar cómo son y qué suponen algunos de los elementos que están indisoluble­mente unidos a estos días que mañana comienzan y que, demasiadas veces, quizás por estar acostumbrados a ellos, nos pasan desapercibi­dos. ¡Vamos, pues, a «Soñar»!.
Tradiciones de nuestro pueblo, Primavera y Semana Santa son tres de esos elementos que a partir de mañana van a llenar nuestras calles, van a impregnar nuestros sentidos y merecen una pequeña reflexión por separado:
TRADICIONES DE NUESTRO PUEBLO
Soy del Sur, amo el Sur, siento el Sur, añoro el Sur cuando no estoy cerca de él, se me llena la boca de piropos cuando hablo del Sur..y es que, como dicen unos versos, ya convertidos en canción popular:
Andalucía es mi tierra, yo soy del Sur.
De aquí fueron mis abuelos,
Se formaron mis mayores,
Aquí nacieron mis padres
Y nacieron mis amores.
Y ellos, mis abuelos, mis padres y mis amores, representados por los que profeso a mi mujer, mi hija y mis amigos, han ido despertan­do en mí:
-La sensibilidad necesaria para admirar la belleza incomparable de nuestro paisaje.
-La sensibilidad necesaria para recrearme en esa luz intensa y bri­llante que hace posible un cielo tan azul, limpio y plateado como el nuestro…. cielo que muy cerca de donde ahora estamos se funde en un abrazo de hermano con el mar a través del cual nos han llegado milenarias culturas que, entre otras cosas, han hecho posible ese espí­ritu abierto de nuestra «buena gente».
-Y, sobre todo, han hecho posible que conozca y ame nuestras «tra­diciones».
En un mundo que avanza a la velocidad del nuestro la palabra «Tradiciones» suena a algo antiguo, a algo pasado de moda y de lo que hay que desprenderse puesto que lo que se impone es «lo Moderno». Y yo, desde esta tribuna quiero decirles a los que así piensen que están totalmente equivocados porque las «Tradiciones» son el pasado… si-.pero sin el pasado no existe el presente ni existirá el futuro y nosotros tenemos la obligación de legárselas a nuestros hijos con la misma pureza que la recibimos de nuestros mayores, porque «un pueblo que no sabe conser­var sus tradiciones es un pueblo condenado a perder su identidad».
……… Por suerte, nuestro pueblo ha sido inmensamente rico al acumular numerosas tradiciones a lo largo del tiempo Por dejadez o por olvido algunas de ellas se iban quedando en el camino, pero…. afortunada­mente y gracias al «Pueblo», con mayúsculas que es catedrático en sabiduría, se han ido recuperando casi todas: romerías, carnavales, caballos enjaezados, bailes, cantes por verdiales, toque de guitarra, charlas en las puertas de las casas cuando «la caló» aprieta, ventanas con rejas y geranios …­ tantas y tantas cosas que han ido forjando, como decía antes, unacultura y una forma de sentir la vida distinta y milenaria y que es la envi­dia, del «mundo entero» porque como aquí, os aseguro que no se vive en ninguna parte.
¿Se puede pedir más?. Pues sí y, lo que es más importante, lo tene­mos y es mi auténtica pasión: «LAS VÍRGENES BAJO PALIO Y LOS CRISTOS NAZARENOS».
-Tenemos una Tradición que jamás ningún pueblo ha podido superar.
-Tenemos una Tradición que los pintores más afamados han lle­vado a sus lienzos.
-Tenemos una Tradición que los literatos más universales han narrado en sus libros.
-Tenemos una Tradición que ha hecho brotar lágrimas inesperadas de los corazones más duros.
-Tenemos una Tradición, posiblemente la única en el mundo, que despierta la atención de los cinco sentidos.
-Tenemos una tradición en la que lo festivo y lo religioso se unen de una forma tan sutil que sólo nosotros, las gentes abiertas y sencillas del sur podemos entendería.
-Tenemos una Tradición que atrae cada año a miles de visitantes para admirarla y disfrutarla.
-Tenemos una tradición que a los hijos de nuestro pueblo que hoy están lejos por circunstancias de la vida les hace volver puntualmente en estas fechas.
-Tenemos una Tradición, en fin, que todos los aquí presentes y el res­to de los vélenos hemos «mamado desde chicos»: «LA SEMANA SANTA».
Cerrad por un momento los ojos y sentidla:
-¿No oléis a azahar?.
-¿No oís el toque de la campana?.
-¿No oís el crujir de los varales?.
-¿No sentís el esfuerzo de los horquilleros?.
-¿No veis moverse las bambalinas de los palios?.
-¿No veis los rostros de sufrimiento de los Cristos?.
-¿No sentís el dolor de la Madre?.
Esto y mucho más, queridos amigos y amigas, es nuestra Semana Santa, «Tradición» que nos ha calado de una manera muy profunda en el corazón y se ha convertido, con el paso del tiempo, en un elemento esen­cial de la religiosidad, la cultura y la forma de sentir de nuestro pueblo.
Todo ello ha ocurrido así porque no ha habido a lo largo de la histo­ria una Semana tan cargada de acontecimientos, de emotividad, de dolor y alegría conviviendo al mismo tiempo, ya que sabíamos que el final de ese drama, que día a día se iba representado por nuestras calles, no podía ser más feliz: la Resurrección de Cristo, y con ella, entre otras muchas cosas, llegaría la ayuda, la solidaridad y el apoyo para los más necesitados.
Pues bien, esa inigualable Semana, que lleva por derecho propio el «apellido» que le corresponde, SANTA, la hemos sabido incorporar como algo propio a nuestras vidas y la recordamos cada año por estas fechas, en el mejor de los momentos posibles: cuando llega la Primavera.
PRIMAVERA
Para el regalo que supone esta centenaria tradición había que bus­carle un «bello envoltorio» porque, las gentes sencillas y siempre sabias, saben que un regalo es todavía más atractivo si se nos presenta debi­damente preparado. Y este inigualable regalo para los sentidos que es la Semana Santa nos llega en el mejor de los envoltorios posibles: la Primavera. ¡Pero no cualquier Primavera!: ese envoltorio ideal, perfec­to que lo definía como nadie Carlos Cano en una de sus coplas conestos delicados versos:
Abril para vivir,
Abril para cantar,
Abril flor de la vida al corazón,
Abril para sentir,
Abril para soñar,
Abril la Primavera amaneció.
Ese envoltorio, decía, se manifiesta en nuestro Vélez como en nin­guna parte, porque aquí y sólo aquí se unen todos los elementos, que según el recordado artista, son componentes inseparables de estos meses del año: «el vivir, el cantar, el sentir y el soñar».
Sí todas estas cosas las estamos sintiendo entonces la Primavera ha llegado, el mejor de los escenarios posibles se ha encargado de diseñar­lo la propia Naturaleza. Ya sólo queda que a partir de mañana co­mencemos a representar en él, el drama más grande que haya sufrido la Humanidad mediante una tradición que llevamos grabada en el alma desde que nacemos y que, como decía antes es: ¡La Semana Santa!.
MUJERES VELEÑAS VESTIDAS DE MANTILLA
Cada una de estas vivencias de nuestra tierra que tan brevemente he descrito ya que para analizarlas en profundidad se necesitaría escri­bir una enciclopedia completa, despiertan por separado sentimientos tan profundos que nadie que no los haya contemplado puede hacerse una mínima idea de lo que todo esto supone.
Pero ¿habría alguien capaz de reunirlos en unos días mágicos e irre­petibles?. ¿Habría alguien capaz de fundirlos y cincelar con ellos unas escenas con la fuerza suficiente para ablandar los corazones más duros?.
La contestación es un SI rotundo porque nosotros, las gentes del Sur, las gentes de Vélez, somos capaces de coger lo mejor de nuestras tradiciones, la más bella de las primaveras y la esencia del misterio de la Semana Santa y unirlos en esa insuperable representación al aire libre que es «el desfile procesional»: ¡la suprema armonía, la estética, con mayúsculas, lo que muchos han intentado en vano escribir, pintar o cantar…. pasea por nuestras calles!.
Sin embargo me pongo a pensar con algo más de sosiego y creo que me falta algo, noto que mis sentidos aun no están llenos y que, esa armo­nía, a la que me refería antes, es «casi perfecta». Entonces vuelvo a obser­var las calles, su bullicio, las lágrimas furtivas, los silencios rotos y porfin…, por fin lo veo , me falta un cuarto componente, consustancialcon nuestra Semana Mayor, al que aún no he hecho referencia y que es precisamente él que hoy nos convoca aquí: la tradición de que nuestras mujeres acompañen a Jesús y a María ataviadas con esa preciosa pren­da, tan española y andaluza como es «la Mantilla» y que os convierte por unas horas en «joyas preciosas de negro azabache»:
-De luto vas tú vestida
morena mujer veleña
porque la cara de la Virgen
está llenita de pena.
-Su Hijo está sufriendo
por salvar a la Humanidad
y tú acompañas a su Madre
para que no le falte de «na».
Como ya sabéis mi profesión es la de «maestro», ¡qué me gusta uti­lizar esta palabra tan desprestigiada en la actualidad!, en el Instituto de un precioso pueblo de nuestra Axarquía: Periana, y por ello me vais a permitir que, tal vez por deformación profesional, haga una pequeña referencia a la historia y la tradición del uso de esa prenda, que hoy lucís aquí en este teatro y que a partir de mañana la veremos, llevadapor vosotras y por otras muchas mujeres, llenando de empaque estas noches irrepetibles de mes de Abril: «la Mantilla»:
-Sus orígenes pueden remontarse a la cultura ibérica que tiene una antigüedad de 3000 años, en la que las mujeres usaban velos y manto para cubrirse y adornarse la cabeza.
-Dando un largo salto en el tiempo, a finales del S.XVI el uso de manto, denominado en aquella época «mantilla de aletas» se generali­zó en toda España aunque con algunas variantes: en las tierras más frías del norte las mantillas tenían por finalidad el abrigo, y utilizaban para su hechura diferentes tipos de paños. Por el contrario en las zonas más cálidas, como la nuestra, eran de tejidos suaves y ligeros, configu­rando una prenda más ornamental y lujosa.
-En el S.XVII empiezan a usarse las mantillas de encaje como se apre­cia en algunos retratos femeninos del genial Velázquez.
-Sin embargo su uso no se generalizó a las damas de alta condición social hasta bien entrado el S.XVÍII, pues hasta entonces la mantilla era usada casi exclusivamente por mujeres del «pueblo». Además en esta época las mantillas de paño y seda fueron sustituidas definitivamente por las de encaje
-Fue, pues, en el S.XÍX cuando la mantilla adquirió una relevante importancia como tocado distinguido de la mujer española, circuns­tancia a la que ayudó la reina Isabel II que la utilizaba con frecuencia en numerosos actos oficiales.
-No me resisto a narraros una curiosa anécdota que tuvo lugar a finales de este siglo.- en 1871 fue nombrado rey de nuestro país Amadeo de Saboya, nacido y criado en Italia y, por tanto, desconocedor de nuestras tradiciones y costumbres. Pues bien, su intento de acabar con la utilización de esta prenda provocó que las mujeres se manifestaran por las calles madrileñas llevando en lugar de sombreros la clásica mantilla y peineta españolas. Este hecho ha pasado a la historia como «la conspiración de las mantillas». Evidentemente no sería forzado por estamanifestación, pero el hecho cierto es que al poco tiempo D. Amadeo renunció a la corona de España.
-En el S. XX, la mantilla como prenda cotidiana para pasear por las tardes fue desapareciendo de las costumbres femeninas quedando su uso relegado a ciertas conmemoraciones y actos, destacando entre ellos los relacionados con las ferias, tardes de toros, bodas y, sobre todo, con la Semana Santa. En efecto, en estas fechas era tradicional, y lo sigue siendo, que las damas se vistieran de negro luciendo sus mejores galas-, en la cabeza, peineta de carey sobre la cual se ponían la mantilla negra de encaje, que se lucía acompañando a las procesiones y visitan­do las Iglesias de la ciudad, especialmente el Jueves y Viernes Santo.
¡Ahora sí!, con este cuarto componente que acabamos de añadir y del que conocemos ya algo de su historia, el conjunto es definitiva­mente armonioso y perfecto porque cuando el paso procesional avan­za majestuoso, solemne, por cualquier calle veleña, nuestras Tradicio­nes, el mejor de los escenarios posibles como es la Primavera, el mis­terio de la Pasión y muerte de Cristo y la belleza inigualable de nues­tras mujeres vestidas de Mantilla hacen posible lo que parecía imposi­ble: ¡qué disfruten al mismo tiempo los cinco sentidos!:
-El olfato, cuando percibimos esos penetrantes olores a incienso, cera o azahar al cruzar cualquier esquina.
-El gusto, cuando nos endulzamos la boca con las tradicionales «pela­dillas», sí, las «peladillas» que de manera furtiva y a veces temerosa piden nuestros hijos pequeños a los «penitentes» que, con el rostro cubierto acompañan a las procesiones, y qué en mi niñez se ofrecían a voz en grito por parte de los vendedores con un pregón que ni yo ni las personas de mi edad podemos olvidar: «a veinte la peseta, oiga, a veinte la peseta».
-El tacto, cuando tocamos esos terciopelos de los mantos de las Vírgenes o los bordados en oro de estandartes y guiones.
-El oído, cuando oímos un leve susurro, acompañado de alguna lágrima furtiva de una persona anónima que pide algo a su Cristo o a suVirgen o que da gracias por algún favor concedido….O cuando oímosun «silencio» y es que en Semana Santa hasta los silencios se oyencon fuerza. Pero de pronto este silencio queda roto por el sonido de los tambores. Se ha abierto un balcón en la esquina de una plaza o de una calle. Una mujer se apoya sobre él. Viste de negro. Mantilla de celosía sobre airosa peineta. Despacio, muy despacio aprieta con sus manos el hierro forjado en las filigranas del balcón y con su arte de rezar cantan­do, ya no puede aguantar más el sentimiento y lo lanza hacia afuera con ese desgarro del alma que es la «SAETA».
-Y por fin la vista: ¡Vamos a seguir soñando!: «estamos en la Tribuna de los Pobres», el trono que porta las Sagradas Imágenes ha doblado las «cuatro esquinas» y enfila la «calle de las Monjas». El cortejo procesional se ha extendido como una alfombra multicolor a lo largo de la que mu­chos consideramos como «la calle más cofrade de Vélez». Ahora sí, tene­mos ante nosotros una estampa en la que la estética, la belleza y la ar­monía son inigualables, una imagen que a creyentes o no creyentes nos hace llorar de emoción, nos hace reflexionar sobre muchas cosas del pasa­do y del futuro y, estoy seguro, de que al menos por un segundo, y ese segundo vale una vida entera, nos hace amar más a nuestros semejantes.
El desfile procesional avanza lento, majestuoso pero hoy novamos a pregonar aquí la indudable belleza de nuestras imágenes, tro­nos, enseres y bordados, que tantas veces han sido pregonados con maestría sin igual por vélenos y veleñas o por admiradores de nuestra Semana Santa que, aun sin ser de nuestra tierra, nos han honrado con su presencia y sus palabras.
Hoy vamos a exaltar e intentar sacar del anonimato a esa parte de la procesión a la que antes me refería, que generalmente pasa desa­percibida y, con frecuencia, es objeto de críticas: el grupo de mujeres de nuestro pueblo que, ataviadas de Mantilla, acompañan con orgullo a «sus» Cristos y Vírgenes, grupo de mujeres, que querámoslo o noson mejor dicho, ¡SOIS!, un elemento esencial en la tradición, lareligiosidad, la belleza y la estética de nuestra Semana Santa.
Ese grupo de mujeres van en ordenada fila, serias, profundas, con cetros, que al principio son apoyo y al final pesada carga después de tan­tas horas. Llevan cordón con la medalla cofrade, rosario juguetón de cuentas de cristal entre los dedos. Paso lento. Paradas eternas. Algún piropo anónimo que se escapa desde las aceras y…., su andar que deja en el ambiente un reguero de paz y sosiego, haciendo contrastar la negrura de su atuendo con los vivos colores de túnicas y capirotes. Son Mantillas alzadas hacia un cielo de estrellas semiocultas. Mantillas de mujeres piadosas que rompen la monotonía de las hileras de cofrades que van dejando su fe en el cálido goteo de la cera derretida.
Llevo días, semanas, intentando buscar ideas, piropos, calificativosadecuados para definiros pero no los encuentro…, y ese grupo demujeres sigue avanzando por la «calle de las Monjas» y a este pregonero se le hace un nudo en la garganta y ya no le salen las palabras, porque…:
-¡Cómo hablar de vuestra belleza, me pregunto, dentro de la belle­za perfecta del paso procesional!.
-¡Cómo referirme a la armonía que vosotras representáis, dentro de la preciosa armonía del conjunto!.
-¡Qué palabras utilizar para describir vuestra elegancia dentro de la elegancia del «todo» que están contemplando mis ojos!.
-¡Qué decir de vuestra seriedad y recogimiento cuando ambos sentimientos se respiran a raudales al paso de las Imágenes Sagradas!.
-¡Qué decir, en definitiva, de vuestro dolor ante el «supremo» dolor de la Virgen y de su Divino Hijo!.
El tiempo apremia porque, lenta, aunque inexorable la procesión avanza y ya os tengo muy cerca de mí…. como ahora.
Y de pronto , la luz. Era tan claro lo que creo que debo decir devosotras que esa misma claridad me estaba dejando en la penumbra:
¡Sois el consuelo, la compañía, el apoyo, la ayuda, la mano amiga tendida a dos personas que sufren y…., esas personas de las que hablo resultan que son, ni más ni menos, que ¡el Hijo de Dios y su Madre la Virgen, que, están pasando por unos terribles momentos de dolor y amargura, y como nos pasaría a cualquiera de nosotros, quieren verse «arropados» por la gente sencilla que les quiere, gente representada como nadie por vosotras!.
Todo eso lo hacéis, no buscando el lucimiento personal, como muchos pueden pensar, sino con el recogimiento, la seriedad, el dolor contenido que siempre os ha caracterizado y, por qué no, también a través de vues­tra elegancia y belleza física y, lo que es más importante, espiritual.
El motivo de vuestra presencia en el desfile procesional y el por qué os habéis convertido en un componente indisoluble del mismo, por fin, ya lo tengo claro.
Pero aún se me plantea otra pregunta: ¿por qué vais ataviadas de esta manera tan peculiar?. En este caso la respuesta no me ofrece ninguna duda: porque para acompañar al Hijo de Dios y a su madre la Virgen estáis utilizando lo mejor de vuestro vestuario: «la Mantilla» y, es que, ésta es sin lugar a dudas, ía prenda de vestir más fina y elegante que jamás mujer alguna haya podido utilizar en ningún lugar del mundo. Es una prenda lucida por reinas y princesas, pintada por artistas irrepetibles como Goya y Picasso, admirada por personalidades de las letras y las artes que han querido conocer nuestro país y nuestras tradiciones viniendo de tierras lejanas. Es, en definitiva, una prenda profundamente femenina y españo­la pero que como vosotras, mujeres veleñas, de semblante moreno, deojos profundos, de risa de terciopelo, de olor a jazmines y azahares como vosotras, digo, nadie sabe luciría y, es que, para lucir una mantillahay que tener sentimiento, elegancia, finura y todo ello, lo derrocháispor los cuatro costados.
Sin embargo tened en cuenta, sobre todo, vosotras, mujeres jóvenes que os vais incorporando a esta bella tradición de la mano de vuestras madres que para «ir de Mantillas» en una procesión hay que cumplir unos mínimos requisitos que yo me atrevo a resumiros de la siguiente manera:
-Sobriedad en el vestir: estos son días en los que las calles se con­vierten en auténticos Templos y, como lugares sagrados que son, me­recen el máximo respeto.
-Humildad, ya que los lucimientos deben quedar para otras ocasiones.
-Sin ostentación en el uso de adornos puesto que la sencillez debe de ser una virtud en la Semana de Pasión.
-Sin flores en el pelo y con el maquillaje justo: es tiempo de luto y no apetecen estas cosas.
-Y por último, con recogimiento, puesto que los auténticos prota­gonistas de esta conmemoración son Cristo y la Virgen y no nosotros.
Creo que si seguís estas orientaciones nadie se atreverá a criticar, como todos sabemos que ahora se hace, el por qué y el para qué de vuestra presencia en los desfiles procesionales de Semana Santa.
Además quisiera que todos recordáramos, críticos y no críticos, que esta tradición está profundamente arraigada entre nosotros pues­to que, al igual que en otras muchas ciudades de Andalucía, era ya costumbre en Vélez, desde principios de siglo que nuestras mujeres, vestidas de Mantilla visitasen las Iglesias la tarde del Jueves Santo.
Pero no sería hasta 1950, gracias al trabajo de dos personas entra­ñables y queridas en nuestro pueblo, que tanto hicieron por la recu­peración de la Semana Santa en general y de esta tradición en parti­cular y que hoy, por desgracia, no se encuentran entre nosotros, cuan­do «las Mantillas» comienzan a acompañar a los Cristos y Vírgenes en sus desfiles procesionales. Me estoy refiriendo concretamente A Dña. Aurora López Bermejo que lo hizo en la cofradía de Ntro. Padre Jesús el Pobre y a D. Eduardo Montoro Salido, más conocido como «el patrón de la Peña», que hizo lo propio en la cofradía de Ma. Santísima de la Piedad. Vaya mi reconocimiento, cariño y aplauso para ambos.
Aunque sólo sea para homenajearles a ellos y a otras tantas y tan­tas personas que lucharon por recuperar esta tradición y para homenajearos a vosotras que estáis sabiendo mantenerla con vuestro esfuerzo y vuestro ahínco, este humilde pregonero pide que ponga­mos todos los medios para poder conservarla, que no desfallezcamos ante las críticas, que no la dejemos desaparecer como otras muchas cosas han ido desapareciendo de la esencia de nuestro pueblo, que incluso seamos capaces de engrandecerla aun más, recuperando la costumbre de la visita a las Iglesias y a los Tronos las tardes del Jueves y Viernes Santo vistiendo esta preciosa prenda, de tal forma que esas «inigualables tardes veleñas», cuando todos sabemos que se acerca el momento culminante del Misterio de la Pasión y muerte de Cristo, nuestras mujeres ya estén en las calles vistiendo de luto, pero, ¡Dios mío: que precioso luto!:
Parece que lo estoy viendo: os acercáis así vestidas a algunos de los Tronos en los que los cofrades dan los últimos retoques. Unos tenues rayos de sol iluminan vuestros rostros y atraviesan como finas espadas el calado de las peinetas y las blondas de las Mantillas y, en ese momen­to de contrastes de luces y sombras, el tiempo se detendrá por un instan­te, las Vírgenes dejaran de llorar y los Cristos de sufrir porque ya saben que no van a estar solos…, no. Van a tener la mejor de las compañías po­sibles: ¡la vuestra, mujeres veleñas vestidas de Mantilla!.
Y así, este año, que abre el nuevo siglo, y el año que viene y dentro de muchos más, cuando los primeros toques de las campanas de los tronos de la PoIIinica y de la Virgen del Rocío nos anuncien que el momento ha llegado y Vélez se llene de «blancas gaviotas» venidas desde nuestro cer­cano mar:
-¡Ahí estaréis atentas a la cita de siempre!.
-¡Ahí estaréis con sano orgullo de mujeres luciendo vuestro porte y vuestra belleza!.
-¡Ahí estaréis mujeres de peineta y mantilla!.
-¡Ahí estaréis mujeres de hoy abriendo el camino de mañana!.
-¡Ahí estaréis anunciando a un Dios que muere y, lo que es más importante que resucita!.
-¡Ahí estaréis, en definitiva, para llenar con compás, aire, duende y finura las calles de nuestro pueblo!.
Será el momento en el que vuestros corazones, latirán más deprisa, el tiempo pasará más despacio, la impaciencia llenará vuestros hoga­res porque pronto, muy pronto pronunciaréis una frase que a mi me sabe a gloria, a los velenos nos llena de orgullo y a vosotras os hace infi­nitamente bellas: «VOY A VESTIRME DE MANTILLA». Pronunciadla muchos años y, entonces todos estaremos seguros de que ya no habrá nadie que, empapado de lo que aquí hemos «soñado» esta noche:
«mirando toda esta belleza no la vea,
teniendo sentimientos no los sienta
y siendo de nuestra bendita tierra
no sea capaz de entender este precioso sueño».
He dicho.

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